sábado, 12 de noviembre de 2011

La viejecilla miraba resignada, como si hubiese olvidado que sus ojos también funcionaron bien, que su piel también fue suave y tersa, que su cabello no fue siempre blanco. Que también se divirtió usando vestidos  cortos, fingiendo que no sabía cuánto hombre se voltearía a mirarla o cuántas cosas podrían suceder  sólo por llevar esas piernas morenas  y jóvenes.
Olvidó tal vez cuánto se prometió no olvidar. Perdió tal vez sus diarios, sus fotos, esas notas dulces que alguna vez guardó en una caja de zapato como hueso santo, que ahora de santo no tienen nada y de hueso, tal vez lo corroído y relegado.
Ya no habita más que su cocina, tal vez olvidó lo confortable que le parecieron los otros rincones de su casa. Lo apelmazado de la lana de su colchón no es más que un hecho antiguo, no es más que un suceso que quedó ahí estacionado a falta de un buen rito reparador o de una canita al aire. Ahora los sillones están vestidos de polvo y no cobijan más que vacíos y una que otra historia perdida en el tiempo.
Su gata también está vieja, más lenta y más arisca, pero ella si recuerda sus años mozos y por eso es que le molesta envejecer, por eso es que la vejez le estorba, la vieja no sospechaba lo afortunada que había sido al olvidar… no había nada que añorara.

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